Justicia, al fín
David Gómez OrtasEse día se jubilaba. No esperaba ninguna fiesta en su honor en el despacho. Recogió en una cesta sus objetos personales, y dobló cuidadosamente su toga de puñetas bordadas, tan ostentosas como ahora raídas, reflejo de su época gloriosa como magistrado. Aquel tiempo terminó cuando, persiguiendo su sueño de hacer justicia, llegó a manipular pruebas contra un asesino difícil de atrapar. Tras ser descubierto por un oficial extraordinariamente motivado, el asesino acabó en libertad, y su carrera judicial tuvo, desde ese día, fecha de caducidad. Podría decirse que en ese momento sufrió una inmensa decepción, pero consiguió rearmarse en su condición de abogado gracias a un favor de un amigo que le hizo un hueco en el despacho.
Ayer fue su último juicio, y se hizo un tatuaje para conmemorarlo. No necesitaba esperar la sentencia, sabía sobradamente que había perdido. Representó a aquel asesino. Leyó el tatuaje con orgullo: Justicia.