El Abogado, capítulo 4
Raffaele BassoCada fracaso ya no se convertía en “decepción”, simplemente depositaba los folios en el cajón de las reclamaciones perdidas esperando la caducidad de la acción. En este interim escuchó alguien, que indudablemente llevaba tacones, acercarse a su despacho. Golpearon la puerta. En otras circunstancias lo hubiese enviado a hacer puñetas. Sin embargo pudo apreciar a través del cristal de la puerta, la sombra de una mujer de pelo largo, motivo por el cual el responder se convertía en obligación. Antes intentó ordenar la mesa, limpiarse la baba, arreglarse el nudo de la corbata y ocultar la cesta de las bebidas, para que el ambiente fuera lo más parecido a un despacho de Abogados. No pudo disimular una sonrisa, la señora que entraba era alta, guapa y con un pequeño tatuaje que se asomaba por el cuello. “Solo Vd. puede ayudarme… ¡soy inocente y quiero ser declarada culpable!” Le espetó.