CUESTIÓN DE PRINCIPIOS.
Juan José Castillo PeñarrochaEl mero turno correlativo decidió mi selección. Negándose a designar a su defensa, más por simple afán de notoriedad que por diáfano activismo, el problemático usuario de Twitter se convirtió, de oficio, en mi incómodo cliente.
Con unos recursos económicos familiares desproporcionados a su cuestionable calidad comunicadora y escaso argumentario, mi indeseado cliente me obligó, con una más que meritoria premura derivada de su desidia, a articular su defensa con dos principales objetivos: intentar sin esperanza alguna un inaccesible sobreseimiento, y llegar a percibir unos honorarios profesionales imposibles de obtener sin litigar por ellos.
Con la plena convicción de encontrarme ejerciendo la defensa de una inestable combinación de niñato y mentecato, di por buena la experiencia y, ocho días antes de la fecha señalada para la celebración del juicio, renuncié a su defensa. Sin justificación.
Al menos libré a mi imagen de verse vinculada, en algunos medios, a la suya.