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Javier Puchades Sanmartin 

El caso que me ocupa lleva un ritmo lento, como dicen: con la Iglesia hemos topado. No creo que falte a mi deontología profesional si les resumo la declaración de mi cliente, así podrán dar un mejor baremo de los hechos juzgados.

En un orfanato, bajo la custodia de una orden religiosa, residía mi representado. Una tarde, el vicario de la institución se le acercó en el recreo diciéndole que al anochecer pasaría por su habitación. Él saltó de forma impetuosa del columpio, con tan mala fortuna, que el asiento impactó contra el cura. Su rostro se inunda de lágrimas al evocar aquellas noches cuando, amparados por la oscuridad, yacían sotanas levantadas sobre cuerpos inocentes.

Mi cliente fue expulsado. Después rehízo su vida, estudió derecho y ejerce la abogacía. Hoy solo necesita que le pidan perdón para recuperar su infancia perdida.

Queda indicarles la identidad de mi representado: soy yo.

 

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