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William Teixeira Correa 

Estrangulaba a sus víctimas con un calcetín, que luego colgaba en un cactus en su jardín. Esta extraña manía llamaría la atención de la policía y llevaría a su arresto y posterior juicio. Por tratarse de un desfavorecido, lo representó un abogado de oficio. Tras recibir la pena máxima, el asesino lo culpó y juró que, como venganza, mataría a todos los abogados de la ciudad. Uno por semana. Ya han pasado casi dos años desde su fuga de la prisión. En ese lapso los “abogadocidios” se han vuelto algo consuetudinario, y de los cien abogados que había en la pequeña ciudad donde vivo solo resto yo. Esta última semana había sido una pesadilla para mí. Pero ayer, por fin, salió en los medios la gran noticia: “Capturan al Asesino del calcetín”. Sentí un alivio inmenso. Pero enseguida un interrogante me robó nuevamente la paz: ¿quién lo iba a representar?

 

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