MUERTE SÚBITA
MANUEL MACHARGOSobre las 12 horas entré en la habitación 14 y me encontré con el “fiambre”. Esto fue lo que le dije al Policía que me interrogó.
Cuál no sería mi sorpresa cuando en la paz de mi despacho la camarera del hotel – esta era su profesión -, me confesó que había sido ella la que le suministró un eficaz veneno, siendo esta la causa de la muerte.
¡Esto es un asesinato en toda regla!, pude balbucear.
¿Y que motivos tenía Vd. para cometer tamaño crimen?.
En la noche anterior cuando me estaba cambiando en el vestuario, al cual él no tenía acceso, entró de improviso y me intentó violar.
Esa noche no puede dormir, pensaba en que no me lo creerían, así que para facilitar el trabajo a la “justicia”, decidí hacer de juez y, en la sentencia, con arreglo a mi particular código, le impuse la máxima pena.
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Juicio sumarísimo y ejecución. Una camarera que se toma la justicia por su mano. Posiblemente no le faltasen razones para pensar que, de haber denunciado el ataque del que fue objeto, la habrían tomado por loca o aprovechada, que el agresor hubiese salido de rositas y ella quedara, como poco, de patitas en la calle, no sería la primera vez ni será la última que sucede algo así en casos semejantes. Otra cosa es ningunear las leyes que nos hemos dado todos, aún con sus posibles defectos y coladeros. Si todos hiciéramos lo mismo la realidad imperfecta en la que vivimos sería aún peor, algo cercano al salvaje Oeste o a la ley de la selva.
No debe de ser sencillo ocultar algo así durante demasiado tiempo. El dilema ahora es para el otro personaje. Si calla, es cómplice. Si la delata, contribuirá a su ruina.
Un relato con el acatamiento o no a lo establecido como fondo.
Un saludo, Manuel