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José Ignacio Rodríguez García 

Observé al hombre que estudiaba y me cayó bien. En el interior de la celda no había mucho que hacer y él empleaba su condena en sacar la carrera de Derecho. “Recurriré mi caso, les convenceré durante el acto de conciliación, me defenderé a mí mismo”, se motivaba mientras empollaba largos mamotretos de Penal. Con el tesón de quien posee un horizonte, escoltado por el enrejado, el hombre preparaba su recurso de apelación. Sobre el frío catre, todo su universo giraba en torno a las leyes, que en este caso era igual que decir a la libertad. A veces me ofrecía algún trozo de queso, o migas sobrantes del rancho, y así nos hicimos amigos. Yo movía el bigote de conformidad y le dejaba estudiar. Debía ganar, ¡su ímprobo esfuerzo lo merecía!

Ahora se ha ido a vivir a un lugar con mar y este ratón le echa de menos.

 

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