El chico
Ana Nieto Hernández · MadridEl «Clan del Gominola» había controlado desde siempre el trapicheo en el poblado. En aquel lodazal olvidado reinaba la ley del más fuerte y hasta los coches de policía tenían que pasar a toda velocidad ululando las sirenas entre los grupos de yonquis encorvados y famélicos, enfilando como cohetes la autovía en dirección a la ciudad. Allí todos los chavales tenían antecedentes y la inmensa mayoría había purgado ya alguna sentencia de condena. El letrado del turno de oficio paró su coche frente a una lujosa chabola de la que sobresalían varias antenas parabólicas. En la puerta le esperaba el patriarca con su sombrero calado y su bastón, mientras un chiquillo descalzo y con el pelo estropajoso acechaba tras un contrachapado con ademán de espía. -Buenas tardes, Tío Julián, hoy le traigo buenas noticias. Al chico sólo le ha caído un año. Mañana sale del talego.