Vocación de aventurero
Miguel Egea Padilla · AlmeríaAquel invierno, sin darme cuenta, decidí hacerme abogado. Había cogido un catarro tan fuerte que me prohibieron salir de casa. Papá se pasaba el día encerrado tras montañas de carpetas y recibiendo misteriosas llamadas. Por la noche apagábamos todas las bombillas y la única luz provenía de su pequeña lámpara de escritorio. Yo anhelaba descubrir qué ocultaba en sus dominios y dejaba la seguridad de la cama en pos del inigualable premio: satisfacer mi eterna curiosidad. Me imaginaba espía en territorio enemigo y acercándome sigilosamente a la puerta de su despacho trataba de adivinar que terribles secretos escondía detrás. A veces, afinando el oído, se escuchaban débiles fragmentos de su vieja colección de música clásica; otras, le oía maldecir cosas como jurisdicciones, sobreseimientos o reformas legislativas. En mi mente infantil se grababan estas palabras creando una geografía de términos cuyo significado desconocía pero que parecían augurar inminentes y maravillosas aventuras.