El fajador incansable

Juan Luis González · Córdoba 

La mulata con su conjunto amarillo limón paseaba su palmito por el ring, mientras portaba un cartel con el número tres, y enseñaba hasta el alma. A pesar de ello, pude verle en un rincón del cuadrilátero, mientras su entrenador, un gordo oriental, le quitaba el sudor o las babas, o ambas cosas, con una esponja chorreando de agua. Así que era verdad, me dije, que Balbuena, en otro tiempo brillante abogado, compañero de bufete, había perdido el juicio, y encontrado su nueva vocación: darse mamporros en combates de segunda categoría. No sé si me guiñó, o es que tenía el ojo así, un poco a la virulé, pero cuando aprecié aquella mirada que yo sólo conocía, mientras se iba para el otro prenda a tantearse los guantes, supe que debía haber ido a la ventanilla de apuestas, y apostar por él, “El Potro de los Estrados”, el fajador incansable.

 

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