Curación

Santiago González Sacristán · Leganés (Madrid) 

El catarro me ha abierto los ojos. Dos días afónico, mudo, convertido en un trasto inservible, me han hecho recapacitar. Dos días sin atender el turno de oficio, el que escogí desdeñando otro premio que no fuera mi propia satisfacción, voltean el horizonte vital de cualquiera. Una bombilla se enciende sobre mi cabeza. La de un mileurista y, cuando no me pagan, ni eso. Los viejos sueños de adolescente se difuminan, van deshaciéndose, chapotean mientras giran atraídos por el desagüe del pragmatismo. ¿Qué me espera mañana? ¿A qué futuro me enfrento? Asuntos sin importancia, faltas, chiquilladas, tirones, menudeo, trapicheo… ¿Qué me espera? Ahora mismo en el gabinete un cliente antiguo que ha progresado. Un hombre de negocios que conjuga el verbo transferir millones de euros. Para ti, dice, defiéndeme como antes. No hay reforma ni jurisdicción que resista su oferta. Para ti, insiste. Estoy curado. Para mí, acepto.

 

 

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