Carta del recluso Lecumberri a una desconocida destinataria

Mariella del Riego Machado · Sant Joan Despí (Barcelona) 

“La luz de la única bombilla que alumbra mi celda es tan mortecina que apenas puedo ver mis letras en este arrugado papel. Mi alma, sin reforma ya posible, se apaga, también arrugada, al ritmo del estentóreo sonido de mis pulmones. Un catarro mal curado ha sido suficiente para ahogarme definitivamente con mis penas entre los recovecos de sus alveolos. Hoy mi abogado –ese muchacho casi imberbe que un día me asignaron– me ha comunicado tartamudeando la ratificación de la sentencia. Veinte años, ha dicho. Hace una hora el médico –éste sí que absolutamente imberbe- ha decidido mi traslado al hospital. “No aguantará más de dos días”, le escuché decir. Con mis últimas fuerzas, mi querida Leonor, mi único premio en esta vida, quiero decirte que estoy preparado para volver a ser juzgado en la Jurisdicción inapelable del más allá. Donde no tendré el consuelo de volvernos a encontrar. Dond…”

 

 

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