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Jerónimo Hernández de Castro 

Agazapado tras el escritorio de madera, con la espalda cubierta por un muro de Aranzadis, aún es posible detectar su presencia en la penumbra del bufete. Es una criatura extraña en la menguante diversidad del ecosistema, cuyas muñecas se asientan firmes con gesto profesional sobre su carpeta de piel, mientras entrecruza unos dedos que jamás pulsaron teclado alguno. Libre de actualizar un equipo informático del que carece, se nutre de la edición anual actualizada del código civil, con el que atiende a plena satisfacción a los pocos clientes que le requieren expresamente.
Para la dirección es el último ejemplar de una especie a proteger, aunque crece la incertidumbre sobre lo sostenible de su existencia y si será posible salvar de la degradación una herencia profesional tan valiosa como la suya, próxima a la extinción por falta de relación con otros congéneres.

 

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