Actitud delatora
María Isabel Pérez CostasEntré en casa y sólo uno de mis perros vino a saludarme, plantando a mis pies el decomiso realizado. Un hueso de jamón a medio roer. Pregunté quién había sido. Se estiró todo lo que pudo, bostezó para desembarazarse del sueño vigilante al que se había dedicado y se rascó una oreja. Acepté su testimonio de inocencia viendo el resto de pruebas. La cocina patas arriba, basura esparcida junto con el jamonero destrozado y una ausencia delatora. El culpable tenía el plan de desaparecer hasta que se me pasase el cabreo. Un futuro muy, muy lejano. Ahora mismo, tenía que encontrarlo, arrastrarlo a la cocina para que escuchase mi alegato sobre lo ingrato de su comportamiento mientras limpiaba el estropicio, hacerle un juicio rápido y decidir un castigo. Detrás del sofá estaba, con su cara de bóxer que ha roto cien mil platos.