FE EN LA JUSTICIA
Almudena Horcajo SanzAunque tenía pleitos pendientes en la ciudad, cuando mi abuelo me pidió ayuda, lo dejé todo y fui a verlo.
El problema era D. Cipriano, el nuevo párroco del valle. Su devoción cristiana le llevaba a tocar las campanas con entusiasmo cada cuarto de hora; empezaba con el canto del gallo y terminaba bien entrada la noche. Los vecinos, desesperados, decidieron que para recuperar la tranquilidad había que acudir a la Justicia. No tardé en empatizar con ellos, acepté el caso sabiendo que no llevaría comisión ni cobraría honorarios. Con un apretón de manos acordamos que, si el fallo era desestimatorio, nada me deberían, en caso contrario, me pagarían con productos de la tierra.
Los parroquianos quedaron contentos con la resolución y ahora solicitan mis servicios. Estoy desconectada porque no llega Internet, pero como la gente es amable, el aire puro, la comida sana… No veo el momento de regresar.
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Me recuerda un poco al abogado de mi relato y sus buenas intenciomes. Mi voto y mucha suerte.
Muchas gracias, Juan Manuel. Sí, ya he visto que a los dos les gusta la vida en el campo…no sé a ti, pero a mí también me apetece….
Un abrazo.
Parece que tu abogada se encuentra muy agusto viviendo en el campo, jejeje . Menos las molestas campanadas , todo son ventajas.
Bonito relato, Almudena. Un voto para él y un abrazo para ti.
Muchas gracias Ana Isabel por tu voto y por tu cariñoso comentario. Por cierto, lo de las campanas está basado en «hechos reales».
Un abrazo.
En lugares así hasta la justicia parece que brilla más.
Ya nos avisarás si algún día regresas al mundanal ruido.
Un abrazo, Almudena
Muchas gracias, Margarita. Cuando te alejas del mundanal ruido da mucha pereza regresar…
Un abrazo.
No te negaré, Almudena, que me da un poco de pena D. Cipriano y su afán campanero, pero el descanso es el descanso. Un micro muy evocador, descriptivo y gráfico, como las certificaciones del catastro. Con esa sensibilidad y sutilezas que desprenden tus historias… En fin, que te felicito, te voto y te mando un abrazo.
Sí, quitar de un plumazo esa muestra de devoción cristiana da un poco de penita, pero el descanso es «sagrado». Tus comentarios siempre que llegan mucho, Nicolás, me quedo sin palabras. Muchas gracias por todo.
Un abrazo.
Pobre Don Cipriano, seguro que lo hacía con buena intención, el hombre, para que el silencio del campo no agobiara demasiado a sus paisanos. Entiendo que tu protagonista no quiera volver a la city, a mí me pasó lo mismo: al principio no te quieres ir y después de un tiempo, hablar del regreso es mentarte al demonio. Pues nada, a disfrutar del campo. ¡Mucha suerte!
Muchas gracias, Ana María. Pues no puedo más que darte la razón, en lo de D. Cipriano, y en lo del campo. Disfruta del silencio, aquí en la city el ruido es atronador.
Un abrazo.