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Tomás Núñez Arenas 

A Javier, mi nuevo amigo, le proporcionó mi contacto un conocido común y me saludaba siempre con su frase favorita: “hay que tener amigos hasta en el infierno”

Al reformar su vivienda, tuvo problemas y acudió a mí. No obstante, no fue el peor escenario gracias al acierto de documentar dicha reforma mediante contrato, siguiendo mi consejo. Al finalizarla, el contratista, en una interpretación abusiva del presupuesto inicial, pretendía hacerle pagar lo allí estimado, haciendo caso omiso al contrato que estipulaba que el coste final sería lo realmente realizado.

Unas llamadas, un burofax y asunto resuelto.

Éste me lo agradeció, pero no perdió un minuto en pensar en minuta alguna. Yo se la iba a perdonar, pero cuando me volvió a recordar su frase favorita me quemé, no sé si en el infierno, y me juré no volver a hacer, jamás, de abogado del diablo.

 

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