MI BAUTIZO PROFESIONAL
Fernando Pascual Bravo · MadridLlevaba poco tiempo ejerciendo la abogacía cuando una llamada del Colegio me pilló de sorpresa, por el escenario que me programaban: tomar contacto con un detenido y prestarle asistencia letrada.
Aunque el encargo me pareció prematuro y abusivo, cumplí con mi obligación y acudí presuroso a la prisión donde, el presunto delincuente, para mi sorpresa, sin dejarme hablar, tomó la palabra y, perdonándome la vida, me detalló la estrategia que tenía prevista para el posible juicio oral: dijo ser inocente del delito que le atribuían, que su detención se debía a un error policial, que no necesitaba abogado alguno y que pensaba reclamar al Estado una indemnización por daños y perjuicios en cuanto lograra documentar todos sus alegatos y pruebas por vía notarial.
Sorprendido, hice mutis por el foro y me despedí del detenido deseándole suerte, mientras meditaba si había recibido una lección o había asistido a una fantochada.