Mirada vendada
David Sánchez Laforga · BilbaoSentado como estaba en aquella mesa en la terraza del hotel lo primero que pensé al ver a esa impasible mujer es que era la camarera trayendo el menú. Pero no llevaba platos sino una balanza y sus ojos estaban vendados. Aún así, sentía que me miraba. Estaba nervioso, hacía pocas horas había comparecido en un pleito importante en el que, aún siendo testigo clave, había permanecido callado por una suculenta comisión. Y ahora pretendía darme la gran vida. Sin embargo, la presencia de aquella mujer vestida con una sábana me inquietaba. Le lancé unas monedas, dinero deshonesto que me sobraba, al plato de la báscula esperando que desapareciese. Nada. Las monedas desequilibraron la balanza y cayeron al suelo. Súbitamente la mujer alzó una espada. Entonces supe con certeza que me miraba. No recuerdo nada más; pero desde entonces ardo día y noche en la hoguera de mi remordimiento.