El abogado recibió al aspirante en su despacho instalado en el domicilio propio. Tras los saludos protocolarios, inició la instrucción acerca de las características del derecho procesal. Aquello prometía ir para largo y al joven el discurso le sonaba a disco de vinilo un poco rayado. Así y todo, omitió pronunciarse en voz alta. Al contrario, adquirió el rostro de alumno atento que le habían enseñado tiempo atrás en la escuela de interpretación. Cuando el ‘maestro’ abordó el tema de la independencia judicial, la sensación de hastío le invadió sin remedio y tuvo que disimular los bostezos. Preso de la modorra, le interrumpió con el viejo recurso del halago sobre sus conocimientos. Necesitaba unos segundos de respiro. El jurisconsulto, ajeno a la zarandaja, prosiguió la plática vuelto de espaldas. Entonces, sigilosamente, abandonó el bufete no sin antes admirarse de la pasión de aquel hombre de 97 años que aún ejercía.
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