Nunca es tarde
Alvaro Abad San EpifanioNo habíamos coincidido en veintidós años, desde la última fiesta en la universidad. Cubata en mano, nos besábamos prometiéndonos un futuro encuentro en una fecha que los dos olvidaríamos con la inevitable resaca. Por tradición, estaba obligada a encasillarme en la abogacía. Él, exhalando humo de hierba, prometía crear una corriente transformadora del pensamiento destructivo del hombre.
Nos topamos, de frente, en la entrada al congreso de Derecho Ambiental. Dudé: aquellas rastas se habían convertido en incipientes canas bien peinadas, pero la identificación que colgaba de su cuello no dejaba lugar a dudas. Cruzamos las miradas, pero sin el arrojo necesario para abrir la boca.
Durante el posterior vino español se acercó y dejó a mi lado un folleto que anunciaba una próxima convención sobre alguna innovación legal, y desapareció. La fecha del acto estaba rodeada en rojo, y a su lado había escrito: “La nuestra. No la olvides”.
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Enhorabuena, Álvaro.
Un gran micro.
Suertísima, compañero.