El mes pasado me matriculé en una academia que por un módico precio ofrecía un curso muy sugerente cuyo programa llevaba como título: “Para ayudar a otros primero ayúdate a ti mismo”. Oratoria, inteligencia emocional, procedimiento administrativo sin estrés, Civil con optimismo, Penal con alegría y unos cuantos más formaban el temario, pero el que más me impresionó fue el de “cómo ser abogado Zen”. Los fundamentos de este se basaban en lo siguiente: por cada jefe o compañero que te increpe escribir una hojita con tus logros o virtudes; por cada caso o cliente complicado, quince minutos de yoga y si toca un juez hueso, roer un rosco de pan como símbolo de superación. Hoy he seguido las enseñanzas académicas: después de una hora de yoga he preparado un informe de varias páginas con mis bondades y en sala he devorado un pan de cuarto antes de ser expulsado.