LECCIONES
ELENA BETHENCOURTCuando llegó la vacuna, buena parte de la población mundial había desaparecido.
Al terminarse la propagación, todos los pueblos de la tierra salieron de su confinamiento para dirigirse al juicio de la humanidad contra el coronavirus. Mientras andaban hacia el lugar, no podían resistir la tentación de besarse, abrazarse y ayudar a los más débiles a avanzar. También notaron que el aire era más puro, el agua más transparente y las flores brotaban de cualquier rincón.
Ninguno de estos hechos fue usado como atenuante por la defensa. Al contrario, el acusado se declaró culpable, pero señalando a los presentes, preguntó: “¿Y cuál es vuestra responsabilidad en lo ocurrido?». Como ya no llevaban mascarillas para cubrirse el rostro, ninguno pudo ocultar su rubor. Todos bajaron la cabeza al tiempo que sintieron un deseo irrefrenable de lavarse otra vez las manos con agua y jabón.
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Acto de contrición merecidísimo. Brillante relato, y ojalá que los besos y abrazos vuelvan pronto. Enhorabuena y mi voto
Volverán, un abrazo y gracias por comentar.
Pues sí, eludir cualquier culpa es lo que mejor se nos da a todos. Magníficamente contado.
Cierto, María. Es más fácil buscar culpables. Gracias por comentar. Un abrazo.
Ruborizada y con las manos limpitas te doy mi voto.
Jaja, Margarita, tienes arte hasta para comentar. Gracias, un abrazo.
De todo, hasta de lo más negativo, podemos y debemos extraer lecciones. Las de tu relato son geniales, y merecen aplausos, con esas mismas manos que tantos nos lavamos y con las que aplaudimos todos las tardes.
Un abrazo, Elena
Las manos tienen tanta importancia. A ver si pronto podemos tocar las de nuestros seres queridos. Un abrazo.
Como siempre, sorprendido por tu relato.Mucho Poncio Pilatos nos vamos a encontrar. Mi admiración y mi voto.
Gracias, Ángel. Un poco de autocrítica siempre nos viene bien en todos los campos. Un abrazo.