Vislumbraba entonces que mis quince minutos de gloria estaban a punto de empezar. Abogado en el primer juicio hereditario en el que el demandante, mi cliente, era un perro. Un vivo e incansable Beagle contrariado porque su dueño, ese cutre y miserable Mr. Scrooge a quien facilitó a la carrera y con dulce porte, zapatillas y periódico por más de dos lustros, tan solo le había dejado la vieja caseta que -por cierto- ya tenía para sí como suya.
Sorteé casi todos los problemas: que si la falta de litisconsorcio canino necesario por no haber demandado a toda la camada humana; que si el Juzgado competente era el de Zorita de los Canes; e incluso su altiva condescendencia por mi acento, acusadamente de Golden Retriever, que decía le causaba hilaridad.
Finalmente, pleito perdido e impagados mis honorarios por tan racional animal, solo pude embargarle su legado.
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– «¡¡Guau!! Me quito el sombrero. Un micro muy divertido y original» – Dije yo con acento de pastor alemán… Tienes mi voto. Mucha suerte y un saludo.
No tiene mérito. Es autobiográfico (carcajada). Muchas gracias. Muy amable, compañero.
En las películas de Disney los animales son personajes tan complejos como las personas, se puede decir que están humanizados. Este Beatle tiene un verdadero conflicto que requiere la asistencia legal de un abogado, pero la aplicación del Derecho a su caso demuestra que todo el ordenamiento jurídico es una creación exclusivamente humana, por inteligentes que sean otras especies, en especial, el llamado mejor amigo del hombre.
Un relato lleno de imaginación y buena prosa.
Un saludo y suerte, Francisco Javier
Y no olvidemos, querido amigo, el merecido castigo a la vanidad.
Muchas gracias. Un abrazo.