PALABRAS AL VUELO
Javier Pérez-Manglano Santa CruzEl animal habló con voz ronca.
—¿Lo ve? —me dijo la nieta con voz dulce y una brillante sonrisa—. Está clarísimo, ¿no?
Miré el manchurrón de café con el que se había emborronado el nombre del legatario en el testamento. Mi primer ológrafo: escrito con una preciosa caligrafía, pero falto de una pieza clave, un nombre. La nieta insistió en que su abuela quería con locura a ese novio suyo que había conocido en el ambulatorio. Sus primos darían guerra, pero esa gran suma de dinero se la habría querido dejar a él y a nadie más.
Admiré el plumaje verde de la criatura, que asentía rítmicamente como para dar la razón a la nieta.
¿Por dónde empezar? Esto no lo enseñan en la carrera, pensé. Acreditar un legado con las palabras de un loro que solo repite frases de la difunta. Menos mal que me gustan los retos.
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El movimiento se demuestra andando, frase que aplicada al Derecho se puede traducir en que éste evoluciona, adaptándose a las necesidades prácticas, de forma que cada caso es un mundo, generador de jurisprudencia.
Este abogado pasará a la historia por asumir un reto tan difícil como original, como original es también tu relato.
Un saludo y suerte, Javier
¡Muchas gracias, Ángel!
Eso es: el derecho es algo vivo y, en este caso, además tiene plumas.
Un saludo,
Javier
Es increíble hasta dónde puede llegar la gente cuando se trata de una herencia, pues ya tenía memoria el dichoso loro. Me pregunto si el Juez lo admitiría como testigo. Enfrente veríamos las protestas enérgicas del Letrado de aquellos beligerantes primos. No veas… En fin, es muy buen micro. Un saludo y suerte.
¡Muchas gracias, Francisco Javier!
Es cierto que las herencias darían para microrrelatos, relatos, novelas y auténticas sagas de encarnizados conflictos familiares.
Saludos,
Javier