Satansa
Mikel Pérez Aboitiz · Berlín - AlemaniaAbogados Satansa ocupaba los sótanos de unos grandes almacenes. Un flexo encendía un círculo de luz en el escritorio del letrado. Sobre él nos estrechamos las manos. Su rostro quedaba en penumbra, pero se adivinaba un tipo elegante, «como un príncipe de las tinieblas», pensé embobada. Mientras él jugueteaba con un pisapapeles —una decorativa piedra sulfurosa— y yo me asfixiaba de calor, el abogado recapituló con voz de bajo: «… En resumen: recurriremos la fianza de su marido, lograremos la condonación de las deudas y usted podrá coger el bronceador e irse a disfrutar a la playa». Prometía el oro y el moro. Aquello olía a chamusquina. Y, ¿qué hacer con el imbécil del socio? Al oír «socio» respondió pasándose, lenta, significativamente un dedo de afilada uña por el cuello. Sonreía aún francamente mefistofélico, cuando cambió de registro: «Hablemos de su alma…». Salí de Satansa por piernas.