EL EPITAFIO
Manuela Fernández ManzanoCuentan que Bartolomé Ardid, jurista del siglo XVII, debía sentenciar la propiedad del epitafio:
“A la vida quité la capa fútil,
me relamí con la crema y el guirlache
y aunque resbalé en este infausto bache,
la queja de la muerte será inútil…”
El pobre hombre quedó sumido en una infinita zozobra. Las dos partes de la disputa eran maestros del verso y de la rima. Les había manifestado a ambos su efusivo respeto, pero fracasó como heraldo de la paz entre ellos. Acordó resolver el pleito en una taberna de un arrabal madrileño. Dicen que tres caballeros de indudable prestancia, uno de ellos con jubón y calzas a la francesa, abandonaron la tasca a una hora oscura.
Aquellos versos se olvidaron. Pero años más tarde, sin haber tolerado renovación ni extravío, aparecieron impresos en una tumba. Además, podía leerse:
“… Orgulloso, colmado y complacido,
Bartolomé Ardid firmó el despido.”
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Bajo la lápida donde está inscrito el epitafio, yace o mora una historia que apenas se entrevé y que puede imaginarse libremente.
Excelente ardid literario.
Suerte, Manuela.
Agradezco mucho su comentario, Manuel. No se imagina la ilusión que me hace. Aprovecho para felicitarle por su micro «MI VOZ INTERIOR». Me parece extraordinario. Cómo se puede decir tanto y tan bien en menos de 150 palabras. Me encanta como escribe.
Por su notable ritmo
y rima bien sobrada
te mando presto mi voto
que a tu cuenta se añada
Muchísimas gracias, Ángel. Me han gustado mucho sus versos. He leído sus micros y son magníficos. Todos. Es un referente para mí. Leerle aquí, es un vivificante regalo.