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Rocío Souto Iglesias 

Tras la enésima reunión salgo a tomar el aire. Jamás negociar una renovación me ha resultado tan difícil; el argentino se muestra reticente. Dejo el maletín en la silla de al lado y revuelvo distraídamente el café con crema que acaban de servirme, con la mirada perdida en el infinito. Recuerdo cuando dije a mi familia que quería especializarme en derecho deportivo recién terminada la carrera. Y cuando el despido de un compañero del despacho hizo que me asignaran el contrato con Cruyff en el ’73, y me bastó una pequeña conversación con Johann y su mujer para sentenciar el asunto y traer al holandés al Club. Sé que hasta ese momento no me habían tomado en serio por ser una mujer, y eso que ni siquiera sabían que no me gustaba el fútbol. Desde entonces veo todos los partidos desde el palco. Sonriendo, decidida, regreso al trabajo.

 

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