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JUAN MANUEL RUIZ DE ERENCHUN ASTORGA 

Regentaba una charcutería, y al ofrecerme aquella crema, dudé de su bondad. Glosaba que tras un mes de uso, te convertías en el profesional escogido. Finalmente compré la de abogado laboralista. La renovación no se hizo esperar. A los treinta días, empecé a recitar el Estatuto de los Trabajadores como antes alababa las virtudes del jamón. Algunas jornadas después, afloraban en mi mente convenios colectivos e infinitos contratos de trabajo. Transformé mi tienda en despacho: donde antes había latas de conservas ahora brillaban libros de jurisprudencia. En poco tiempo realicé juicios de despidos con gran soltura y brillantez. La debacle ocurrió cuando a un Juez, le dio por sentenciar que el milagroso cosmético no tenía los permisos sanitarios pertinentes. Ordenó destruir el género y cerrar el laboratorio. Sin existencias, he vuelto a ser el charcutero de siempre. Al menos las hojas de los libros me servirán para envolver el salchichón.

 

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