Nuestra mandante falleció sin parientes, tras una vida interesante. Como encargó, tuve que comunicar su fallecimiento a viejos amigos, publiqué su esquela.
Nadie apareció, ni reclamó la urna,Thea permaneció mucho tiempo en un armario del bufete, haciéndome compañía. No estorbaba (sólo los vivos molestan), nunca se estresaba, ¿la muerte la habría apaciguado? Cada lunes “pensaba” un mensaje, bajito: » ¿Tuvo un buen fin de semana?” Ella hacía su análisis, más bajito: «¡Tranquilo!”.
Finalmente esparcimos sus cenizas en el barranco que ella amaba tanto, donde crecen cañas, tuneras y palmeras, donde sus gatos asilvestrados cazaban sin competencia. En medio de la nada, donde vivía en total aislamiento, pero sin sentirse nunca sola. Lejos de su Berlín, donde había estudiado de joven.
En la repisa donde descansó durante años pondré un par de gruesos códigos. Aún así, ella deja una cierta huella ahí, ése seguirá siendo el sitio de Thea.