EL ÚLTIMO BAILE
FELIPE APARICIO HERNÁNAunque le sonaba familiar, Ricardo juraba que no había estado en ese juzgado antes. Quizá era el jardín cercano a la entrada, decorado con flor a cada cual más brillante. Quizá era el ambiente en su interior, algo gélido y lúgubre, unido al personal con rostro serio, digno de un lunes lluvioso. O quizá simplemente era el recuerdo de que hacía muchos años que no veía necesario inscribir su nombre y apellidos en una lista para coger y devolver la toga.
Ricardo volvió a ser el letrado de las grandes ocasiones, exponiendo sus conclusiones de forma cabal e inteligente, a pesar del pronunciamiento de parte del público. ¿Acaso están jugando al bingo o viendo la televisión?
Antes de que el magistrado dejara el juicio visto para sentencia, la enfermera apagó las luces del salón de actos del asilo. Y entonces la memoria de Ricardo volvió a nublarse una vez más.
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Acumular muchos años cuando el cuerpo no responde como debiera es duro, conlleva una inevitable decadencia física, lo peor es que a veces también soledad y abandono. Los recuerdos de un pasado mejor, activo y brillante, pueden volver a activar a una persona. El problema es cuando el cuerpo, mente incluida, ya no responde.
Un relato sobre una dura realidad que, no por triste, deberíamos de olvidar, sino al contrario, acompañar y auxiliar en lo posible a los ancianos.
Un abrazo y suerte, Felipe
Muchas gracias, Ángel. Los abuelos son lo mejor de este mundo. Y esta sociedad lo olvida con demasiada frecuencia. Un fuerte abrazo.