Envidia
Gabriel Pérez MartínezSoñaba con inscribir mi nombre en una calle de la ciudad. Ambos competíamos por ser el mejor abogado y contábamos juicios por victorias, aunque yo estaba convencido, hablando mal, de que él tenía una flor en el culo.
Un soleado día de primavera para mí, y lluvioso para él, lo detuvieron por abusar de una niña. Llorando, me telefoneó para que lo defendiera. Orgulloso, acepté. Podía condenarlo al asilo o hacerlo desaparecer del mapa para siempre, sin embargo, con una derrota me arriesgaba a convertirme en un cualquiera. Tras varios días de vista, el pronunciamiento del juez no admitió discusión, declarándolo inocente. Él intentó ejercer de nuevo, pero aquella difamación había calado entre la ciudadanía. En secreto, lo contraté y empezó a trabajar para mí. ¡Dios…! ¡Qué bueno era! ¡Qué íntegro y humilde…! Sentía una gran pena por él y tampoco podía quitarme de la cabeza mi falsa acusación.
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Quien asegure que la suerte no existe se equivoca, como también es cierto que hay personas que parecen tocadas por la fortuna. Al mismo tiempo, de forma paralela, no es menos cierto que la envidia puede arruinar por dentro a quien la padece y hacer mucho daño a otros.
Una historia muy bien llevada con final sorprendente.
Un abrazo y suerte, Gabriel
¡Menudo final!
Se suele decir eso de «qué mala es la envidia», pero no, no es mala, es catastrófica, corrosiva y voraz y repugnante.
Me gusta, me gusta mucho tu relato, Gabriel.
Una buena historia, con inesperado final. Mi voto y un abrazo. Mucha suerte, Gabriel.
Luchas «fratricidas», cainismo, arrepentimiento…
Como siempre, Gabriel, nos traes las pasiones humanas a este concurso.
Mi voto.
Un abrazo.