Pese a haber cobrado la totalidad de tus honorarios pactados, y a tu buen hacer como letrado de la acusación particular, contratando detectives privados con licencia para investigar, ni la Policía judicial, ni decrépitos zahoríes pudieron encontrar el cadáver de Sara. La familia destrozada, el delito prescrito por el paso de ese Juez inapelable que es el Tiempo, representado por ese reloj de arena que se vuelca una y otra vez, con ese plus de pena que supone no haber podido velar ni despedir a su ser querido. Habían perdido lo último que le queda al ser humano: la esperanza. Los asesinos en la calle, el eco de la prensa difuminado, todo fue en vano. En estos casos la asistencia jurídica se torna en consuelo cada vez que el cliente te llama. No puedes hacer otra cosa, rozas esa estrecha linde que separa al abogado del sacerdote. Request in pacem.