De mi boda nos les quedó nada, pero «nadica» por censurar. ¡Ah!, y en más de un idioma, porque los invitados de mi novia vinieron de distintas regiones.
Los hubo que censuraron el valor de su anillo, dando por hecho que al ser más delgado que el mío, en el albarán figuraría con un precio menor; que mi traje no estaba en consonancia con su vestido de novia de estilo griego clásico… En fin, comentarios pueriles. Pero, reconozco que me dolió escuchar que ella se merecía algo más que un picapleitos dedicado todo el día a abogar por los imperfectos, y que tarde o temprano se le caería la venda de los ojos y al verme tan poca cosa se volvería a Olimpo.
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No te fíes de las percepciones, María Dolores, que esa novia tiene pinta de ser muy justa.
Una chulada «tu boda».
Un saludo
Hola Lola. Una alegría verte por aquí, y con este extraordinario relato. Efectivamente, la justicia es una diosa que ¿no se casa con nadie?.
Guau, María Dolores, qué breve y qué bien tirado.
Creo que el hábito no hace al monje, ni para bien ni para mal, y que cuando uno se casa, se une, se arrejunta o lo que sea ha de hacerlo mirando hacia los adentros del otro. El envoltorio, lástima, termina arrugándose, pero lo que uno/una cultiva en su interior… permanece y, a lo mejor incluso, se agranda.
Enhorabuena.
Abrazos y suertísima.