Imagen de perfilRELOJ DE CUERDA

Eva María Algar García 

Con manos trémulas, acercó la silla desvencijada y se sentó frente a él. Otra vez sintió el miedo lacerando sus entrañas, a pesar de que les separaba una mampara de cristal.
Un rancio olor a sudor y tristeza inundaba la reducida estancia.
Cabizbaja, asentía tímidamente al oír cada palabra sobre amor eterno y propósito de enmienda, aunque pronunciadas por aquellos labios le parecían tan extrañas y vacías como las expresadas en un idioma desconocido.
El funcionario anunció el fin de la visita. Se levantó pausadamente y dejó su anillo en el cajetín metálico, a modo de albarán de entrega de doce años de matrimonio.
Había decidido no volver jamás. Nadie la podía censurar por ello. Tras aquellos muros, solo abandonaba gritos y humillaciones, golpes y falsas promesas.
Era Letrada, le enseñaron cómo abogar por la víctima, no a serlo. Pero aprendería. Daría cuerda a su reloj y empezaría de nuevo…

 

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