Imagen de perfilROBINSON, ABOGADO

Manuel de la Peña Garrido 

Seré muy gráfico: cambié el infierno por el paraíso. Estaba enterrado en vida bajo legajos, al borde del infarto con los vencimientos. Soportaba a jueces arbitrarios y clientes impertinentes. La desesperación me llevó a adoptar una decisión radical. Colgué la toga sin decir adiós. Borré de mi memoria normas y códigos, incluidos todos los «pin». Me refugié en esta recóndita isla, plagada de exuberantes plantas y exóticas aves. Ayer, desde mi atalaya, a la tenue luz del eclipse, la panorámica era espectacular.

Una barquichuela arriba a la playa. Su único tripulante desciende decidido. Camina hacia mí. Se acabó mi soledad voluntaria. Me resignaré. Tendré que llamarle “Viernes”, compartir con él mis tesoros. Ya cercano, me resulta familiar.

“Abogado, vaya sitio has elegido para montar tu nuevo despacho. Casi perezco buscándote. Debes presentarme dos querellas y cuatro demandas cuando regresemos a la civilización”, espeta mi cliente más contumaz.

 

 

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