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M.Salvador Muñoz 

La nave extraterrestre orbitaba a cientos de kilómetros. Venían a reclamar lo que siempre fue suyo, el planeta azul.
Tenían dos formas de conseguir su objetivo. Una era la invasión, pero amaban la paz y optaron por la segunda opción, la más eficaz: contratar mis servicios. Sabía que mi prestigio traspasaba fronteras, pero no interestelares. La causa motivó mi ego hasta el extremo de hacerla mía.
Las pruebas, irrefutables, demostraban que en la primigenia, en una tierra yerma de vida, ellos inocularon la primera biomolécula. El tiempo hizo el resto. La sentencia fue inapelable, éramos arrendatarios y el contrato llegaba a su fin. Los magnánimos seres nos proporcionaron naves para facilitar nuestro acceso a otro planeta.

Ahora, en este navío, camino de las estrellas, sé que la justicia ha triunfado, pero al observar las miradas de mis compañeros de viaje tengo la certeza de que no veré el nuevo mundo.

 

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