LA SENTENCIA
ENRIQUE MARIN GARCIA · MURCIAEl bedel no había terminado de pasar el umbral de la sala, cuando los vio allí a lo lejos; todos juntos, formando un bloque. Se distinguían de los demás por su elegancia, la calidad de sus ropajes y la férrea dignidad, más propia de otro siglo, que de la época actual.
Habían formulado la alegación ante un juez, cuya agradable sonrisa prometía que les iba a proteger; y sin embargo, ahí estaba ese hombre para hacerles cumplir el veredicto.
De la vetusta colección de libros antiguos, que aún mantenían sus vestidos originales; el más pequeño de ellos, cuyas tapas marrón oscuro estaban muy desgastadas por el uso, lanzó un suspiro, al sentir en su lomo la mano firme y decidida de su ejecutor; sabiendo que su destino era el sótano, aquel lugar donde todos los libros viejos o en desuso esperaban para ser convertidos en papel reciclado.