Imagen de perfilES MI TRABAJO

ANA Mª GARCÍA YUSTE 

Había un código no escrito presente en aquella reunión de despacho que yo tenía que presidir, silencios incómodos y miradas ocultas mientras exponíamos la defensa técnica de nuestro cliente, apodado “el violador de ancianas”. Explicaba cómo ellas le seducían, le provocaban para que las forzara en un juego erótico que las excitaba hasta gritar, hasta llorar de felicidad; otras se abandonaban al placer quedándose quietas, disfrutando como él lo hacía.
Me sentía sobrepasado escuchando nuestros argumentos, pero era mi trabajo: “experiencias traumáticas, abusos sexuales en la infancia, gerontofilia”. Me tenía que sumergir en alegatos que me asqueaban. Pero era mi trabajo.
El día del juicio cumplí con destreza mi obligación, pero si nadie me escuchara atinaría a contar cómo me vi a mí mismo. Poco después llegó la sentencia “culpable”, y aquel bochorno que sentía desapareció en segundos. Perdimos, pero la justicia ganó. Es mi trabajo.

 

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