El dilema
Guillermo Sancho HernándezLa última vez que le vi, hace más de diez años, ni siquiera me saludó. Ya ocupaba un alto cargo público, iba vestido como un modelo de firmas exclusivas y apenas se bajaba del coche oficial. Con su pelo moreno peinado hacia atrás, parecía recién salido de una novela de Mario Puzo. Siempre había tenido una gran percha, y un poder de seducción aún mayor.
Pero yo le conocía.
Resonaba en mi mente su repetitivo discurso, siendo todavía compañeros de facultad: que no desaprovechara mi talento, que eso de la vocación de jurista era un cuento chino. En cambio, la política colmaría mi pretensión de luchar por una sociedad más justa…
Hoy me ha llamado por teléfono. Con la voz quebrada, me ha preguntado si había visto las noticias; luego, sin esperar respuesta y apelando a nuestra vieja amistad, me ha suplicado que asuma su defensa procesal.