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Guillermo Sancho Hernández 

Tras obtener su primera sentencia favorable (una reclamación por la titularidad de un valioso neceser), K. empezó el ritual: los días de juicio se pondría las gafas de pasta que le habían dado suerte.
La absolución de un encausado (acusado por error de la sustracción de una furgoneta cargada de pistachos), añadió a los célebres anteojos unos calcetines verde esperanza. Luego vino la pluma estilográfica infalible, y el reloj argénteo con agujas de hierro, anunciado en televisión: precisión y prestigio al servicio de cualquier compromiso temporal. En los últimos meses, rematando sus finísimas camisas para el calor estival, K. ha agregado al conjunto una corbata imprescindible, pese a su denunciable policromía, por su impecable estadística.
Hoy, al entrar en la sala a las once en punto, con todos sus amuletos encima, el funcionario competente ha comunicado a K. que su vista estaba señalada para ayer, a la misma hora.

 

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