DOÑA MARÍA
Belén Sáenz MonteroAquella añorada profesora de Penal nos animaba a debatir en clase los casos más sangrientos de las compilaciones de jurisprudencia. Era una mujercita adorable, calmada. Con una percepción profunda de las miserias del alma, comparaba estas situaciones con síntomas de una enfermedad letal. La podredumbre de personas desatendidas. En su despacho, siempre estaba al teclado de su vieja Olivetti, redactando alguna petición de donaciones para la rehabilitación de jóvenes delincuentes. Una de esas mañanas de todos los veranos en las que diluvia con tozudez anual, la encontraron muerta de una puñalada. Parecía una paloma. Su asesino sólo se llevó un libro de poemas de Benedetti subrayado y unos pendientes de plata regalo de sus alumnos. Atravesé un periodo de negación; estuve a punto de dejar la carrera. Hoy, en el bufete, he conseguido recordarla con una sonrisa mientras tecleo en esta Olivetti heredada la cruda historia de mi próximo defendido.
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Tiene poesía tu relato. Y el argumento necesario y suficiente para seguir creyendo en la Humanidad.
Con maestros y alumnos así, aún hay esperanza…
¡Suerte con él!