LA DECISIÓN FINAL
Miguel Ángel García RodríguezFrente al teclado, empecé a escribir sobre un hombre; un buen hombre, pues nunca faltaba a su cita anual con la donación de sangre y, ante una discusión, prefería debatir a atacar. Un don muy útil en el juzgado con el que logró ganar juicios imposibles.
La historia iba saliendo sola y las palabras fluían sin esfuerzo, síntoma de mi máxima implicación.
Pero el relato se fue poco a poco volviendo sórdido y aquel gran abogado se iba metiendo en asuntos turbios. Una espiral de desesperación que, paulatinamente, le fue llevando hasta el final de la historia, donde acabaría adquiriendo un arma en los bajos fondos, que tan familiares le resultaban últimamente, y que le pondría frente a la decisión de si apretar el gatillo o no.
Cuando mi mano dejó de teclear para tocar la fría empuñadura me di cuenta de que, aquel hombre del relato, era yo.