Imagen de perfilGómez contra Gómez

Amparo Martínez Alonso 

“Debería empezar desde abajo, como hiciste tú; cooperar en tareas menores, adquirir experiencia ayudando en algún caso”, le recriminé. Me abrumaba tanto favoritismo. “Lo de fortalecer alianzas, que tanto predicas en el bufete, también ayudaría en nuestra relación”, exclamé conciliadora. Pero, ante su sonrisa condescendiente, fruncí el ceño. Él, como quien reprende a un cachorro travieso, exclamó: “¡Ay, ay, ay!”, moviendo la cabeza de derecha a izquierda… Entonces, sí, cerré de un portazo su despacho.
Desde que mi título de Derecho cuelga junto al suyo se comporta de forma humillantemente benévola, protectora, paternalista. Actúa como si mis palabras le hicieran cosquillas… Las protestas y desencuentros de hace unos años, cuando yo dudaba entre letras o ciencias, han mudado en excesivo apoyo, parabienes titánicos, solidaridad y elogios desmesurados. El bufete se asemeja a un campo de batalla: él, avergonzándome con su cariño desmedido de abuelo orgulloso; yo, rebelándome, portazo tras portazo.

 

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