Raíces
María Gil SierraSe quitó la alianza y me la entregó para que viera la fecha. Tenía dudas. Sin embargo, recordaba con nitidez sus sesenta y cinco años de matrimonio.
—Sacamos cuatro hijos adelante, señor abogado, y ahora quieren encerrarme con los viejos. ¿Qué le parece? ¿Podrá cooperar conmigo?
—¿Qué edad tiene usted?— le pregunté.
—Noventa años. Aún soy joven. Con un poco de apoyo me valgo por mí mismo. Solo quiero sentarme bajo el nogal de mi huerta. A veces me fallan las piernas, pero las puedo fortalecer caminando. Me ven como a un trasto. Y luego se les llena la boca de solidaridad, sólo palabras.
Cuando se fue, cerré el despacho y conduje hasta la residencia “El buen reposo”. Lo encontré en el patio, peleando por el único banco clavado junto a la encina —idéntica a la de nuestro cortijo—. Cogí la mano de mi padre y nos fuimos.
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Que duro es llegar a cierta edad, cuando las fuerzas fallan, cuando hay que depender de aquellos a los que más quieres y crees convertirte, aún en contra de tu voluntad, en un estorbo en esta sociedad que solo valora la juventud, la inmediatez y el movimiento. Este «joven» (de espíritu) de noventa años solo pide libertad para sentarse junto a un árbol.
A veces necesitamos que alguien nos quite la venda, ver las cosas desde fuera, no ser parte integrante para actuar con lucidez, sin condicionamientos y, sobre todo, sin egoísmo. Este abogado, en su cliente, ha visto un caso muy similar al de su padre. Su conciencia le lleva a cambiar de actitud hacia él. Esa última frase: «Cogí la mano de mi padre y nos fuimos» está llena de humanidad, ternura y contenido. Nunca deberíamos olvidar esas raíces, las que han hecho que florezcamos.
Una historia entrañable, que sacude y hace pensar, vaya si lo hace.
Un abrazo y buen verano, María
Ángel, la verdad es que me siento muy metida en eata historia. Estoy con mi padre en su pueblo. Tiene 96 años y hasta ahora se quedaba aquî solo. Hace un año aún conducía su coche a diario para ir a la huerta. Ahora depende de mi hasta para eso. Muy duro perder la libertad.
Muchas gracias por tu comentario. Me encanta leerte.
Te deseo un feliz verano de todo corazón.
Preciosa historia, muy emotiva. Triste y alegre a la vez con un final sorprendente. Enhorabuena. Mi voto y un abrazo!!
Gracias Juan Manuel.
Otro abrazo para ti
Relato tan real como la vida misma. No hay familia que no tenga este problema , que cada vez va a ser mayor. Mi voto y un abrazo.
La historia, muy bella (mi madre, 94) y el título le queda perfecto. Suerte
Si tu madre es como mi padre sabes muy bien de qué hablo.
Te deseo lo mejor para tu madre y un abrazo para ti
María, un relato muy emotivo. Según vamos perdiendo facultades, perdemos libertad. Conozco muy de cerca casos como el de tu protagonista y se me rompe el corazón. ¡Qué duro es depender de los demás para todo!
Te deseo muchísima suerte y te dejo mi voto por la decisión tan acertada del hijo.
Besos apretados.
Tienes toda la razón Pilar. Qué duro depender de los demás.
Un beso para ti y feliz verano
María, muy buen relato. Me conmueve la historia que cuentas ya que por desgracia hay muchos que piensan que los mayores son un trasto.Me encanta el título.
Suerte.
Un saludo.
Un relato necesario, amén de emotivo y brillante. Preciosa historia. Enhorabuena y mi voto.
Hola, María.
Qué relato más emotivo el tuyo (yo también tengo un padre de 88 años y estas historias tocan).
Genial contado.
Mucha suerte y mi voto.
Saludos.
Bonito relato, María. Lleno de ternura y emotividad.
Te envío mi voto y un abrazo enorme.