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Miguel Ángel Arana Martínez 

Me quito la alianza y la guardo en el bolsillo de la camisa. Comienzo a trabajar en el banco de pesas. Lo hago todos los días. En este lugar, conviene fortalecer los músculos, para disuadir. O en su defecto, para persuadir.

El funcionario me dice que tengo visita. Voy a la cabina. Al otro lado del cristal, veo a mi abogado. No trae buena cara.

– ¿Hay novedades? -le pregunto.
– El fiscal dice que para mejorar el trato, tienes que cooperar más.
– Sabes que no puedo. Sigue negociando.
– No tengo margen -suspira-. Mira, sabes que tienes todo mi apoyo, pero no me lo estás poniendo nada fácil.
– Tu solidaridad no me sacará de aquí. Haz tu puto trabajo.
Por primera vez en su vida, pierde la compostura. La ira le desborda.
– Llevo haciéndolo desde que naciste, hermanito.

 

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1 comentario

  • Parece mentira que dos personas, criadas en un ambiente similar, puedan ser tan distintas. Uno, un presunto delincuente, más preocupado por mantenerse en forma y por ser absuelto que otra cosa. El otro, su hermano protector, que posiblemente le haya librado de mil desmanes y que es consciente de sus límites. Solo al final quedan al descubierto los motivos para que entre ellos existe tanta confianza, que va mucho más allá de la relación entre abogado y cliente.
    Un saludo y suerte, Miguel Ángel.