Dura lex, sed lex
Enrique Osca Martínez-Corberá · ValenciaTres décadas le separaban del ejercicio de la abogacía. Desde entonces, el despacho de la casa se erigía como único testigo de su actividad… Mientras sus premios pugnaban en los anaqueles disputándose la luz de las bombillas, a él le entretenía la inminente reforma constitucional. Sonó una campanada. El vetusto reloj de pared, magistral desde siempre, marcaba las nueve. Era la hora de la cena, más esperada por cansancio que por hambre —un catarro, obstinado en no abandonarle, se presumía causante del exceso de lo uno y la falta de lo otro—. Trataba de zafarse del sillón, pero la edad y un repentino ataque de tos no se lo ponían fácil. Ya una vez erguido, llegó la falta de aire y comprendió que asistir a la cena le resultaría imposible. Con la novena campanada perdió toda jurisdicción sobre su cuerpo, que decidió sentarse de nuevo; pero ya sin él.