Imagen de perfilA Groucho abogado

Nieves Prieto Lavin 

Siendo niño, tras una varicela de la que salí victorioso, me autodeclaré oficialmente marxista. Pero no por Karl, sino por Groucho. El botón de rewind del Betamax salió muy perjudicado de aquella convalecencia mía.
El abogado desastre de verbo fácil que convertía en un santiamén su vivienda en un despacho donde recibir clientes inspiraba lo que sucedía en mi casa cada tarde. Y es que antes, cuando los abogados, sin repudiar un solo asunto por extraño que fuera, se dedicaban a contestar demandas a escasos metros de la cocina de su casa, la profesión parecía otra. Más de pueblo, más cercana, más viva. Hoy, cada día que un generalista cuelga su placa en el portal de su vivienda, a un ángel le dan las alas. Eso sí, a Groucho le hacen cumplidos homenajes en el BOE (con demasiada frecuencia hasta para un fan como yo).

 

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