Caso de conciencia
IRENE OROMÍCuando acepté el encargo sabía que iba a ser difícil. Días de pastillas para atrapar al sueño cuando otra cosa no logra hacer efecto a la hora de acallar el pensamiento que se piensa a si mismo. Aquel hombre había matado a su padre. El modo en que lo hizo no fue innovador, aunque le reconozco el valor. Lo asfixió con la almohada, en la misma cama en la que llevaba años postrado, custodiado por paredes encaladas y húmedas. Decía que su padre era ya un muerto al que solo le faltaba cerrar los ojos. La prensa no hablaba de otra cosa. Era un pueblo pequeño y aburrido, sin demasiada educación. Decidí no leer más el periódico. Para mi cliente fue cuestión de equidad, de justicia natural, y estaba dispuesto a someterse a los mandatos de la ley, pero la gente ya lo había sentenciado y condenado de por vida.
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Cuántas cosas comprimidas en tan solo nueve líneas, pero que gritan a los cuatro vientos a todo el que quiere escuchar. Y a los sordos, también.
Suerte, Irene.