Imagen de perfilEL SABUESO

MANUEL MORENO BELLOSILLO 

Quizá fuera un don divino o quizá un pacto diabólico, el caso es que aquel juez tenía un olfato asombroso para descubrir a los criminales. Sus rasgos eran vagamente caninos y acostumbraba a husmear a los acusados como si fuera un sabueso, sin que de nada te valiera formular protesta. Tenía conectada la pituitaria con la amígdala del cerebro y los olores que percibía su bulbo olfatorio le generaban en su sistema límbico un retorno en forma de fallo infalible. Si alguien era inocente desprendía un limpio aroma a lavanda fresca, pero si era culpable apestaba a huevos podridos. Así que, en una ocasión desesperada, se me ocurrió espolvorear generosamente a mi defendido con pimienta, pues había oído que el olfato de los perros colapsaba con esa especia. El Sabueso se desesperó husmeando y terminó aullando de frustración. Yo gané el caso, pero él se ganó un hueso.

 

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