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Rosario Baeza · Buenos Aires, Argentina 

Llevaba veintitrés años de matrimonio, sin hijos ni esperanzas. El paso del tiempo se hacía visible en mi útero, en mis canas y en mis arrugas, que siempre fueron más de amargura que de vejez. Siempre creí que mañana, que el lunes, que algún día, él me querría con más fuerza o se acostumbraría a mi compañía, pero no. Nunca fui capaz de mendigar cariño o atención, paralizada por el riesgo a que me dejara… o peor aún, se pusiera más violento. El portazo que dio al salir me sacó del letargo, miré el tejido desgarrado de mi falda, la cara hinchada del golpe y el llanto, que no iba a poder disimular con maquillaje y tomé la decisión: tenía que preservar la poca dignidad y el casi nulo amor propio que me quedaba. Hoy mismo llamaría al abogado… O mañana. O el lunes. O algún día.

 

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